CAPACIDAD PARA ASUMIR RIESGOS
Es una
actitud que relaciona el interés por lograr una meta y la capacidad de analizar
las posibles situaciones que se puedan presentar, tanto positivas como
negativas, se busca que el sujeto logre poner en práctica las diversas
capacidades y competencias que le permita hacer un cálculo de probabilidades
relacionado con posibilidades de que sucedan las cosas, las posibles soluciones
que abría, la posibilidad de que se puedan prevenir las situaciones que
obstaculicen el logro de la meta o en su defecto disminuir los efectos.[1]
La mejor
forma de crecer y diferenciarnos es hacer cosas nuevas, diferentes,
innovadoras. No es posible ser diferente e innovar si no asumimos un riesgo. Es
el riesgo de hacer lo que otros no han hecho y, por lo tanto, sobre lo que no
tenemos certeza acerca de los resultados.
Por
supuesto, en la medida en que manejamos información y hacemos nuestra tarea de
estudiar el mercado, reducimos los niveles de incertidumbre, pero siempre habrá
un nivel de riesgo. Siempre nos estaremos enfrentando a lo desconocido.
Cuando
emprendemos, el peso de las decisiones cae sobre nuestros hombros. Esa
sensación de libertad que nos llevó a querer emprender, esa posibilidad de que
nadie nos dirija, de poder desplegar alas, de repente deja de ser una bendición
y algo deseado y se convierte en una circunstancia que nos pone en la palestra
y nos obliga a asumir la responsabilidad de decidir.
Aceptar
el riesgo no es lo mismo que disfrutar del riesgo
La
disposición a asumir riesgos en el emprendedor no significa que el emprendedor
disfruta cada vez que se encuentra frente a una decisión que implica un riesgo.
No nos referimos necesariamente a la sensación de adrenalina que corre por el
cuerpo de quien se lanza en proezas de alto riesgo físico. Sencillamente
implica que acepta el riesgo como un componente necesario para alcanzar el
éxito.
Tampoco se
trata de convertirnos en personas temerarias
Un exceso
de amor por el riesgo no necesariamente es positivo para nuestro negocio. De hecho,
puede ser contraproducente.
Cuando
asumimos riesgos no calculados o extremos el resultado puede ser un desastre.
Cuando nos empeñamos en continuar arriesgando, aun cuando el beneficio deja de
ser alcanzable, esto nos convierte en personas insensatas y el resultado puede
ser el total fracaso.
Como en
todo, entonces, es necesario un equilibrio. Es tan malo no ser capaces de
arriesgarnos, como arriesgarnos en demasía sin considerar las consecuencias.[2]
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